José Mª Jordán Galduf és excatedràtic d´Economia de la Universitat de València.
CREER Y NO CREER
Se acerca la Semana Santa y, en este contexto, me gustaría compartir con quien lo desee esta pequeña reflexión. ¿Cuál es la línea divisoria que separa las posturas de creer y no creer en la existencia de Dios? Suele pensarse que hay una nítida frontera entre ambas posiciones, entre el agnosticismo y la fe. Sin embargo, esa frontera resulta muy difusa en muchas ocasiones. Referiré aquí tres testimonios que han sido de gran interés para mí.
La escritora francesa y teóloga protestante Marion Muller-Colard contaba en un pequeño libro (El otro Dios, 2020) el modo en que un drama familiar le hizo replantearse una fe un tanto pueril, basada en una especie de contrato con un Dios guardián y protector. Dicha crisis le llevó a pensar que la postura intelectual más honesta, en lo que a la existencia de Dios se refiere, era la agnóstica: la de quien admite no tener suficiente conocimiento sobre Dios. Ella pasó a definirse, así, como agnóstica, y cada día exploraba un poco más a ese Dios al que ignoraba y en el que, paradójicamente, seguía creyendo. Un Dios que empezó a ver, poco a poco, con los ojos de una fe adulta, sin ningún tipo de red dogmática detrás. Un Dios creador que nos hace estremecer ante la grandeza de la creación. Un Dios que suscita en nosotros los impulsos más nobles y saludables. Y aprendió a vivir, según ella, bordeando los abismos y las maravillas de la vida, renunciando a encarcelar a Dios en un rígido sistema establecido, dándole las gracias por haberle hecho correr el riesgo de vivir.
Por su parte, el sacerdote y pensador español Pablo d’Ors (autor de Biografía del silencio, 2014, y Biografía de la luz, 2021) señalaba en su artículo “El sagrario vacío” (Viva Nueva, nº 2.707) que «no es posible llegar a la fe sin atravesar el ateísmo, sin sucumbir a esa tentación». A su juicio, el gran misterio de Dios es su ausencia. Y afirmaba que no entender a Dios es la mejor garantía de una religiosidad auténtica, apelando en ese sentido a las enseñanzas de Jesús para buscar y encontrar al Padre. Ello me recuerda esa tradición de la Iglesia católica de dejar abierto y vacío el sagrario en todos los templos el día de Viernes Santo, para hacernos considerar lo vacía que queda la vida en ausencia de Jesús.
Finalmente, quisiera traer a colación el testimonio que presentaba Julián Mellado, un humanista cristiano nacido en Bélgica, en su artículo “¿Se puede ser agnóstico y creyente?” (publicado en la web Fe Adulta en mayo de 2014). A la pregunta de qué es Dios, él responde: «No lo sé. Soy consciente de un Dinamismo Creador que está en mí y alrededor mío. A veces vivo la experiencia en mi interior de una Fuente de compasión, de una Fuerza que me fortalece, de una Voz que me apacigua. ¿Es la presencia de Dios o mi propia naturaleza humana? No sabría decirlo. A veces experimentamos en nosotros una Trascendencia que nos humaniza, que suscita los grandes valores de nuestra vida. Podemos llamarlo Dios, o quizás no saber cómo nombrarlo, pero lo que cuenta es estar atentos, ponerse a la escucha y ser sensibles a esa profundidad de Vida». A su juicio, ese Dinamismo Creador está presente en las personas de cualquier religión o no creyentes que sienten compasión por los demás, y él reconoce en Jesús la presencia de ese Misterio que nos habita, la capacidad para enseñarnos a amar. Él se siente, así, agnóstico y creyente a la vez, aunque ello pueda parecer extraño o paradójico. Y acaba por decir: «Para mí Dios es una experiencia, una acción compasiva, un dinamismo de amor que actúa universalmente en todos los seres».