Ximo García Roca, sociòleg i teòleg. Membre del Grup del dissabte.
El Arzobispo de Valencia vive sinceramente la difícil situación del paro provocada actualmente por la acumulación de tantas y variadas crisis (las cursivas son del texto); sitúa a la diócesis en estado de alerta ante el drama del paro para que nadie robe la dignidad del trabajo, y estimula a la comunidad cristiana a crear empleo entregando indefinidamente la asignación económica, que le corresponde por su cargo, y colaborando “de verdad en la Campaña de ayuda a tu Iglesia”. A este fin, en su última carta pastoral ( Paraula 3-05-20 pone en vigor la Comisión Diocesana en Valencia por el Empleo y contra el Paro creada a principio del 80 y cesada, sin motivos aparentes, a mediados de los 90. Nace con la pretensión de ser una Comisión “plural y pluridisciplinar”, “crítica e independiente”.
Para ser “crítica e independiente”, la Comisión tendrá que prescindir de la inmensa carga ideológica, que se ha incubado en la Carta Pastoral, y construir un nuevo marco cognitivo y emocional en torno al actual gobierno, a la centralidad del trabajo, al alcance de la renta básica, a la responsabilidad social y política y a los pactos democráticos.
“Parece que el actual gobierno social-comunista, sospecha el Arzobispo, valora más el interés propio e ideológico y el poder por encima de la justicia” ¿Por qué se llama gobierno social-comunista a quien se identifica como gobierno de progreso? ¿En razón de qué se le asigna tan perversas intenciones si, tan siquiera, ha podido desarrollar su programa por intentar salvar vidas humanas? ¿Alguien entendería que se nombrara la iglesia como “coalición judeo-masónica” a quien quiere ser identificado como Iglesia católica? La forma de denominar prefigura el marco cognitivo y emocional, y predetermina la orientación de la búsqueda. El dislate es de tal tamaño que se siente obligado a pedir perdón sin corregir en absoluto el despropósito: “pido perdón si alguien se ofende, pero es la verdad, dígase lo que se diga” ¿Tan difícil es suponer que, en las distintas áreas del Gobierno, hay personas comprometidas en el bien común? ¿Acaso no hay auténticos cristianos socialistas, que han convertido la caridad política en su compromiso vital? ¿Dónde situamos al Ministro de Seguridad Social, que ha diseñado el ingreso mínimo vital – que la ultraderecha llama comunista-, que pertenece al Gobierno como independiente? ¿Qué diremos de Unidas Podemos, que por primera vez invoca la autoridad del Papa Francisco en el Parlamento, mientras los supuestos propietarios de la verdad católica le reducen a ser ciudadano Bergoglio?
Sostiene el Arzobispo que “el objetivo prioritario de la actuación del gobierno: trabajo y trabajo, puestos de trabajo y empleo decente y digno”. Le sobran razones al afirmar la importancia del trabajo para la realización personal y para una sociedad decente. Pero ignora que, para tener una vida laboral, previamente ha de tener vida. Ninguna espiritualidad, humanismo ni confesión religiosa pone el trabajo por encima de la vida, tan solo el interés económico y los beneficios personales hicieron que se viviera para trabajar en lugar de trabajar para vivir. Ni siquiera los más convencidos economistas ni los empresarios más inteligentes, a quienes corresponde directamente la tarea de crear empleo, han situado el trabajo por encima de la salud. La llamada cultura de la vida debería agradecer la opción colectiva, propiciada por el Gobierno, las Administraciones públicas y el conjunto de la sociedad, que llevó a anteponer la salud al trabajo. Cuando entramos en la pandemia, el trabajo concedía identidad personal, reconocimiento social y cohesión política; todo en la vida, desde el amor a la imaginación, desde el espacio al tiempo de la vida eran satélites del empleo estable, fijo y permanente. Y de golpe, durante unos meses, hemos experimentado la suspensión del empleo y nos hemos considerado valiosos cuidando a la familia, administrando el hogar, jugando con los hijos, hablando con la pareja, descansando, leyendo y creando música. Y aprendimos a diferenciar lo que Hanna Arendt hizo con tanto acierto: el trabajo, que elabora productos, de las labores que atienden a las necesidades primarias de la vida -comer, beber, vestir, dormir…-y las actividades que crean, trascienden y empiezan algo nuevo. Decir que sólo dignifica el empleo estable y duradero, es condenar a mucha gente a tener que vivir en la indignidad.
El denostado Ingreso Mínimo Vital, que según se lee en la carta “agravaría el problema aunque momentáneamente paliase efectos como el hambre y otras situaciones dramáticas” es un ejemplo de la armonización de un derecho subjetivo exigible al Estado, con la accesibilidad exigible a la sociedad y con la implicación personal, exigible a cada individuo. Lo cual evita el reproche que le convierte en una fábrica de vagos, inactivos y dependientes. El diseño del Ingreso mínimo vital intenta evitar esta deriva, y sólo se logrará si las comunidades, empresarios, parroquias trabajan por la accesibilidad y construyen tejido social e inteligencia colectiva. La patología de un derecho no deslegitima su reconocimiento, si así fuera ninguna de las libertades merecería ser conquistadas, ¿acaso se justificaría la libertad de expresión o la libertad de culto si se hace desde sus patologías? La presunta vagancia no se supera eliminado el ingreso mínimo vital, que es una medida de justicia redistributiva, sino activando decididamente los derechos y obligaciones a la educación, a la participación social, a la cultura, a la creatividad o al trabajo cívico.
No se puede a la vez estimar la ayuda de alimentos y ropa que hace Caritas y los economatos de las parroquias y los comedores en Colegios diocesanos, y a la vez desestimar la renta básica porque “reclama respuestas y soluciones no sólo paliativas sino soluciones de superación real y eficaz. ¡Qué horizonte de expectativas tan apasionante se abre a las Caritas parroquiales, diocesanas y nacionales cuando la comida, la vivienda y los mínimos vitales se conviertan en derechos exigibles al Estado y puedan ellas ocuparse de crear comunidades de acogida, accesibilidad e inclusión.¡Para afrontar el sufrimiento social se necesita activar la responsabilidad personal, que se cultiva como hábito del corazón en la intimidad personal; la responsabilidad comunitaria, que se residencia en la convivencia diaria. Y la responsabilidad política, que se sustancia en derechos y obligaciones exigibles a los poderes públicos. Tras la experiencia traumática de la pandemia, la población ha logrado un amplio consenso sobre la necesidad de articular las tres responsabilidades para revertir el sufrimiento evitable.
Entiende el Arzobispo que “España camina a la ruina” y poseemos según él “el récord histórico del paro, que amenaza con aumentar, y más después de los pactos oscuros que dañan incluso la democracia reconquistada con tantos esfuerzos” Historiadores y economistas saben que las crisis del capitalismo, que expulsan periódicamente al desempleo a grandes capas de población, son cíclicas. Basta observar que cuando se creó la Comisión a principios de los ochenta, el paro con el Gobierno de Felipe González alcanzaba el 23 % de la población -cerca de los cuatro millones de parados-, y alcanzó su máximo histórico con cerca de 7 millones de parados 24% en 2013 con el gobierno de Mariano Rajoy. Y hoy alcanzaremos el 20% de desempleo con un gobierno de izquierdas. En consecuencia ni alcanzamos el record de parados ni se puede atribuir el desempleo al color político de los gobiernos, ya que tiene un componente estructural y un factor coyuntural a causa de la pandemia sanitaria. ¿Qué pactos pueden dañar la democracia? ¿Acaso pueden ser oscuros los pactos y alianzas entre partidos legítimamente elegidos por la población? No le faltará trabajo a la Comisión si pretende sacar a luz los verdaderos daños a la democracia que se tejen por las élites económicas, en los despachos conspiradores y desde ciertas agencias de prensa. Los pactos y alianzas entre los representantes democráticamente elegidos no dañan la democracia, sino que la fortalecen.
El sufrimiento social, tan abismal y desproporcionado, merecía una exhortación más razonable y evangélica. Incluso llego a pensar que estaría más en la línea del Papa Francisco que en lugar de hacer Comisiones con adeptos, los cristianos se comprometieran en todos los Foros sociales, económicos, políticos, sindicales, empresariales, educativos y culturales para, junto a ellos, delante y detrás, como propone el Arzobispo “aportar caminos y soluciones y superarlo y vencerlo, en la medida de lo posible, al menos aminorarlo en número y en sus graves consecuencias, todos juntos y colaborando todos.”
Ximo Garcia Roca