¿Qué me llevaría?
Es la pregunta a la que han tenido que contestar muchos de nuestros hermanos canarios de La Palma que veían cómo sus casas iban siendo arrasadas por el volcán Cumbre vieja en los poblados de Todoque y Tacande: a las puertas de su casa, sus vecinos no tenían mucho tiempo para decidir “lo que llevarse” (¿cómo recuerdo?), sabiendo que ya nunca podrían entrar en ellas, al ver lo que estaba pasado irremediablemente en las casas vecinas.
Y pudimos ver cómo cada uno elegía cualquier cosa: un colchón, la documentación de los seguros o algo para comer,… Es de pensar que algunas familias tuvieron mayores aciertos en su elección, a pesar de la precipitación con la que tenían que decidir.
Pero, por lo que pude ver a través de TV, se sintieron forzados a tomar sus opciones de forma alocada: hasta el punto de que alguna familia que seleccionó verdaderas tonterías, ya en la calle “para siempre” se daban cuenta de que en el despacho había quedado la documentación personal, y ya no podían volver a recuperarla.
Viendo las caras de desorientación de tantas personas, me asaltó de golpe una pregunta que, con el paso de los días, se me convirtió en “decisiva obsesión”: ¿qué me llevaría yo, si me sintiera forzado a elegir algunos objetos de mi casa que fueran de verdad significativos, sabiendo que ya no podría volver a entrar en ella porque la erupción del volcán ya podría estar casi a la puerta con una de sus nueve devastadoras llamas?
Creo que pensaría, de entrada, en los libros que han sido mis mejores compañeros. Pero vino enseguida la “re-pregunta”: ¿y cuáles son los libros que me llevaría, pues no podía cargar con todos ellos: libros de rezos, ediciones críticas del NT, diccionarios, Los ojos del hermano eterno,… y comenzaría a pensar -en medio de un silencio terrible ante un agente que tenía el encargo de que muy pronto no quedara nadie dentro de la casa- sin llegar a ninguna decisión.
Y mientras me llegaría quizá la contra-pregunta en la que se me sugeriría que eligiera los “aparejos de cura”; y tuve que decir que no disponía de ninguno en casa más que el móvil que tenía en mi mano y la buena disposición para compartir mi tiempo y poco saber con las personas que me necesitaran. Me dio mucha vergüenza pensando en nuestras hermosas catedrales y costosos monasterios. Pero era mi pobre condición: prácticamente todo estaba en el templo… y nada en casa.
Tras unos minutos de ominoso silencio, y con la mirada inquisitiva del agente, no me quedaría más opción que irme con mi inalámbrico, algunas medicinas y el molesto y aparatoso ordenador.
Pueden imaginar la turbación y complejo de ridículo en el que me vería envuelto; y hasta pienso que me quedaría solo y con una profunda y abrumadora sensación: no porque estaba a punto de perderlo todo como más de 5.000 familias, sino también porque no sabía elegir algunos medios para re-iniciar la vida…. Como si nada hubiera pasado.
Y, cuando me quedé solo, comencé a reflexionar acerca de lo que es importante o accesorio de o para nuestra vida, llena de tantas cosas de las que no somos capaces de decidir un por qué ni para qué en momentos críticos, y hasta convencerme de que iba a caer en el ridículo ante la pregunta que pudiera hacerme un agente de seguridad, preocupado por cumplir con su obligación de proteger la vida.
Y llegaría la más decisiva de las re-preguntas: ¿qué tipo, estilo, modelo, medios,… de vida son los míos? Y me quedaría repasando lo que han supuesto 86 años, muchos de ellos como sacerdote, en los que he vivido, en definitiva, siguiendo “sinodalmente” (¿?) lo que he ido descubriendo en los evangelios. Desde ellos, la pregunta se convierte de verdad en decisiva lo mires por donde lo mires: por ejemplo cuando Jesús envía a evangelizar con esta recomendación: no llevéis ni alforja para el viaje (MT 10, 10); ni pan ni dinero (Mc 6, 8); y la obsesión del evangelio de Lucas (9, 3; 10, 4; 22, 35-36) por desterrar la “alforja”: (el término griego me recuerda mucho a la “pera” castellana).
¡De cuántas cosas -sobre todo “alforjas” (péran en griego que nos recuerda “la pera”)- tendríamos que prescindir con el fin de ir llenando nuestra vida con lo más indispensable: el servicio y el amor que lo son “todo” y al mismo tiempo “nada”, y que se caracterizan por no permitir más que “signos” y “gestos”, porque la “realidad humana” es sólo (nada menos que “sólo”) comportamientos que ningún volcán o desgracia podrán eliminar.
Daniel Plá, sacerdote
L’Alcùdia de Cres. 21 VIII 2021