“Jesús salió de casa y se sentó junto al mar. Acudió tanta gente que tuvo que subir a sentarse en una barca; la multitud se quedó en la playa. Les habló de muchas cosas en parábolas”.(Mt 13, 1-2).
Dos formas de situarse ante el mar.
Jesús, simplemente, salió de casa y se sentó junto al mar. Como seguramente haría con frecuencia. Aunque viniera de Nazaret, parece ser que vivió en Cafarnaúm (Mt 4, 12) un tiempo o muchas veces en su vida itinerante. A la orilla del mar. Con solo salir de casa lo tenía enfrente para contemplarlo, o irse en barca a un sitio tranquilo (Mt 14, 13).
Y con frecuencia iría a pescar con sus amigos pescadores. Al menos cuatro de los doce eran pescadores: Simón Pedro y su hermano Andrés, Juan y Santiago los hijos de Zebedeo (Mt 4,18). Y el resto de su “cuadrilla” más cercana de hombres y mujeres eran de la comarca, nada extraños al mar. Así que hablar de barcas, redes, pesca, tormentas era tema diario.
Los evangelistas nos presentan en el mar de Tiberíades o Galilea algunas escenas significativas, desde la llamada “venid conmigo y os haré pescadores de hombres” (Mt 4,19), a la que se ha quedado en llamar como “pesca milagrosa”(Jn 21), o la tormenta que pone a prueba la fe de Pedro y que Jesús amaina (Mt 14,24), o el encuentro eucarístico con el Resucitado en el que Jesús les prepara “un pescado puesto a asar sobre brasas, y pan, y les invita: “Vamos, almorzad”. Jesús se acercó, cogió pan y se lo repartió, y lo mismo el pescado” (Jn 21,12). Pan y pescado como signos eucarísticos, no solo el pan y vino que la tradición priorizó.
Contemplar el mar como haría Jesús es ir más allá de las olas inmediatas y del horizonte lejano. Contemplar la salida del sol, o el ocaso, es un espectáculo de belleza y grandiosidad que nos acerca al Misterio. Contemplar la superficie calma o la tormenta furiosa es mirarse al espejo de nuestros estados de ánimo. Contemplar el mar es recordar tantas travesías de naves conquistadoras, exploradoras o mercantes que han ido configurando la historia humana. Contemplar el horizonte es pensar en otras tierras, otros pueblos, otras culturas, unidas y divididas por el mismo mar. Contemplar el mar viendo también la contaminación que la acción humana está produciendo. Contemplar la superficie suscita el misterio tremendo del fondo del mar: tantos naufragios, tantas muertes, tantas esperanzas fracasadas… El Mare Nostrum como fosa común de miles de seres humanos que buscaban vida y frontera mortal de una Europa cerrada. O mirar al horizonte de la utopía, de la esperanza y la solidaridad.
Pero “toda la gente se quedó en la playa”(Mt 13, 2).
Como tanta gente en este turismo masificado de “sol y playa”, en todos los benidorms y magalufs de consumismo alienante. En esa huida de la realidad en vuelos chárter y cruceros exóticos de falsa felicidad aparente…; barcos gigantescos con miles de personas como una ciudad artificial navegando sin más rumbo que disfrutar. Barcos y cruceros sumamente contaminantes y absurdamente consumistas, todo un símbolo de este capitalismo disparatado, seductor y engañoso.
Nada que ver con aquellas pobres barcas de pescadores del mar de Galilea que Jesús frecuentaba con sus amigos. “Salir de casa y sentarse frente al mar” eran momentos de relajación de Jesús, de contemplación del mar y de la vida, y de encuentro con su Abbá y su sueño de un mundo de paz y amor.