EL DOLOR QUE NO SE COMPARTE, SE ENQUISTA EN EL ALMA

La Revista “Vida Nueva”, en el núm. 3229, publica una entrevista al nostre amic Ximo García Roca arran de l´últim llibre que ha publicat, Supervivientes. Tiempo de reconstrucción, realitzada per José Luis Celada.

Passem a transcriure-la

A principios de este año, en apenas un par de meses, Joaquín (Ximo) García Roca (Barxeta, 1943) ingresó en “la gran comunidad de vulnerados” por el COVID-19, y vivió en carne propia “el enigma y el misterio de unas vidas truncadas”: la de su amigo del alma, Toni, y la de su hermano menor, Fede. Profundamente “desconcertado”, el sacerdote y sociólogo valenciano necesitó suturar esa herida mediante “el silencio y la escritura”. Así nació Supervivientes: Tiempo de reconstrucción (Atrio Llibres), un intento de “acompañar a otras personas en su búsqueda de luz y de aliento” en tan difíciles circunstancias.

Después de haber sido golpeado de cerca por la pandemia, ¿cómo se siente uno: herido, víctima, superviviente…?
Cuando el dolor golpea las entrañas, puede producir el ensimismamiento entorno a la propia herida; o puede abrir a una comunión universal
entre víctimas, en torno a una historia de supervivientes, heridas pero no derrotadas.

¿Su reconstrucción personal pasaba también por escribir este libro?
El dolor que no se comparte, se enquista en el alma, y la escritura es un disolvente cuando se construye sobre historias de vida en las que coexisten el poder destructivo del virus y los anhelos de salud. Abrirse a esta doble experiencia es el eje de la reconstrucción.

Los más optimistas defienden que saldremos mejores de esta crisis. ¿En qué debería notarse el cambio?
Saldremos mejores si aprendemos a vivir despojados de complementos y accesorios; si entendemos que la seguridad y la felicidad de uno depende de la de todos; si construimos la casa común desde el cuidado de la naturaleza y de las relaciones humanas; si comprendemos que el futuro de la humanidad depende de las personas más frágiles.

Lo vivido durante este último año y medio ha demostrado la necesidad de “refundar la relación de ayuda” y de proteger la “sociedad de cuidados”. ¿Basta con eso para salir adelante cuando todo se tambalea?
Cuando un edificio se tambalea, hay que reconstruir su estructura y anatomía. Para ello, es necesario disponer de los andamios, que apuntalen lo valioso y permitan subir a la parte alta para ver a distancia. Hay tres andamios que se han convalidado en la pandemia: la relación de
ayuda mediante la cultura del cuidado, la cooperación entre los pueblos mediante la idea de justicia, y la refundación de la ciudadanía mediante la ciudadanía universal.

Hemos puesto la vida al servicio de la salud y no al revés. ¿Ha salido cara esta nueva idolatría?
La idolatría de la salud es el efecto colateral más peligroso de la pandemia. En su nombre, se han limitado libertades, se han confinado espacios, se han prohibido contactos, y se ha suspendido la vida familiar y social. Cuando se vive para estar sanos, se produce el mercado de la salud, la devaluación del sufrimiento como parte esencial de la vida y el ocultamiento de la muerte. Y,
como todo fetiche, exige sacrificios y devora valores como la compasión y la justicia.

¿Y la fe, sale reforzada o tocada de esta encrucijada vital?
La pandemia abre nuevos espacios para arraigar la fe en experiencias de verdad, de bondad, de humanidad. Cuando Francisco habla de Un plan para resucitar, alude a una situación terminal y a la necesaria salida de emergencia. Ambos procesos se han dado en el COVID-19: han caído
mitos e ideologías, y se alumbran expectativas y relatos sobre la vida y la muerte, el mundo propio y el común, la razón y la sabiduría, la política y la religión. En la pandemia ha habido experiencias de revelación que, a modo de canteras del espíritu, esperan ser utilizadas en la humanización de Dios y en la divinización del mundo. Es el camino de la fe.

JOSÉ LUIS CELADA