SEÑORES OBISPOS: ¡FRANCISCO!

Ximo Garcia Roca, membre del Grup cristià del Dissabte inicia com a educador, sociòleg i teòleg un diàleg amb la llei d’educació i amb les declaracions eclesiàstiques.

SEÑORES OBISPOS: ¡FRANCISCO!

El debate sobre la ley de educación, a juzgar por la carta-respuesta que los obispos valencianos dirigen al Secretario autonómico de Educación de la Comunidad valenciana (noviembre 2020), se mantiene en los mismos enfoques, prejuicios  y estereotipos que impiden  “abrir caminos actualizados a los dilemas del presente” como propone Francisco (2015)  A nuestros obispos les basta la Constitución española,  el Acuerdo entre la Santa Sede y el Estado Español de 1979, y con la “talla de pensamiento” y “grandes pensadores”  que son, según se lee en la carta, Juan Pablo II y Benedicto XVI. ¿Qué hubiera supuesto dejarse iluminar por  el magisterio de Francisco?

Francisco, en el documento que recoge las conclusiones del Sínodo de Jóvenes, invita a  “desarrollar espacios de encuentro para la mejor educación y cultura: ¡Los jóvenes tienen derecho a ello!”. Reclama que “no prevalezcan las muchas sirenas, que hoy distraen de esta búsqueda”, y así propone “no seguir el camino  de Ulises, que para no rendirse al canto de las sirenas, tapó las orejas de sus compañeros de viaje, sino el camino de  Orfeo que, para contrastar el canto de las sirenas, hizo  una melodía más hermosa, que encantó a las sirenas.” ( CVn.223) No creo que ni el video promovido por la Conselleria sobre la ley de educación ni la carta de los Obispos valencianos proporcionen cartas náuticas para navegar por una sociedad en perpetua agitación. ¿Qué brújulas ofrece Francisco? En ningún supuesto secundaría las sirenas del enfrentamiento.

Los cantos que propone Francisco para la educación tienen otra música y otras letras.  Siguiendo a la Declaración conciliar sobre Educación, exhorta con vehemencia que la Iglesia ofrezca su servicio educativo en primer lugar a «aquellos que están desprovistos de los bienes de fortuna, a los que se ven privados de la ayuda y del afecto de la familia, o que están lejos del don de la fe». (GE n.9) Es pertinente, pues,  la autocrítica, incluso si es provocada por el Secretario Autonómico de Educación, sobre qué porcentaje de cada grupo hay en las escuelas católica. Si miramos los datos, hemos de reconocer que los pobres, los alejados, y no creyentes habitan más en las escuelas públicas que en las concertadas y privadas.  Y este hecho debería cuestionar a más de una institución cristiana;  sin embargo, tan falso es afirmar que todos los alumnos que eligen la clase de religión lo hacen por lograr un mejor expediente académico, como acusa el Secretario autonómico, como inexacto es no reconocer que muchos lo hacen por ese motivo, como se empeñan los obispos.

Francisco insiste en que la Escuela católica contribuya a la instauración de la justicia, y sea particularmente sensible al grito que se lanza de todas partes por un mundo más justo, y se esfuerce por hacer operativas tales exigencias en la propia comunidad, especialmente en la vida escolar de cada día. En palabras de la Congregación para la Educación Católica “si la Escuela Católica impartiera la educación, exclusiva o preferentemente a elementos de una clase social ya privilegiada, contribuiría a robustecerla en una posición de ventaja sobre la otra, fomentando así un orden social injusto”(n.58). La focalización en la defensa de la libertad – de centros, de las familias, de clases de religión, de terrenos- debería complementarse con la centralidad de la equidad que propone la nueva ley de educación y primar el bien de la justicia y de la fraternidad “que no es sólo el respeto a las libertades individuales, ni siquiera de cierta libertad administrada-la fraternidad tiene algo positivo que ofrecer a la libertad y a la igualdad”(Fratelli tutti n.103)  “El corazón del espíritu de la política, es siempre un amor preferencial por los últimos” (Fratelli, tutti n. 187). Echo en falta en la carta-respuesta de los obispos, el sabor a fraternidad y amistad social que propone Francisco.

En el año 2015 tuvo lugar en Roma el congreso titulado: Educar hoy y mañana, una pasión que se renueva. Tras homenajear a todos los maestros en la persona de su primera maestra, ” que me hizo amar la escuela” cantó su amor a las escuelas. “Amo a la escuela porque es sinónimo de apertura a la realidad. Ama a la escuela como espacio para aprender y valorar las diferencias que nos enriquecen. Ama la escuela porque hace crecer las tres lenguas que una persona madura debe saber hablar: la lengua de la mente, la lengua del corazón y la lengua de las manos. Ante una audiencia multitudinaria respondió desde el corazón y sin papeles a la pregunta ¿qué hace ser verdaderamente cristiana una escuela? Una escuela será católica, si aporta humanidad, que tiene que ver “con la afabilidad, la sensibilidad, la compasión hacia las desgracias ajenas.”  Y si no hace proselitismo -¡”nunca, nunca”! No puede ser “elitista ni selectiva” ni adoctrinadora. Y con rotundidad afirmó: “Dejad los lugares donde ya hay muchos educadores e id a los suburbios… Buscad allí a los pobres y necesitados; tienen algo que falta a los jóvenes de los barrios más ricos: experiencia de supervivencia, incluso de crueldad y hambre, de injusticia. Tienen la experiencia de una humanidad herida. De ellos vendrán las nuevas ayudas, los nuevos valores, y las nuevas personas capaces de renovar el mundo”. E hizo una llamada a recomponer “las relaciones rotas entre familia, escuela y Estado”, unas relaciones que se rompieron mucho antes de que llegara un gobierno democrático de izquierdas, al que los obispos acusan injustamente y sin fundamento “que dividen y enfrentan, se salen del espíritu constitucional, tienen una clara palmaria carga ideológica y un populismo que descubre otros fondos”. Esta herida debería cerrarse lo antes posible, por quien pueda hacerlo.

Francisco ha convocado en  el año 2020 un Pacto Mundial por la Educación para generar un cambio de mentalidad a escala planetaria: “Nunca antes, dice,  había sido tan necesario unir los esfuerzos  a  fin de educar a los jóvenes en la fraternidad, aprender a superar las divisiones y los conflictos, promover la aceptación, la justicia y la paz” Estas son las únicas conquistas que deberían movilizar las energías cívicas y eclesiales y constituir los verdaderos combates educativos de nuestro siglo.