UN IMAGINARIO DE LA FE

UN IMAGINARIO DE LA FE

Iba a corresponder a la invitación de colaborar en el Grup del Dissabte con una de mis fijezas personales, cuando me sentí acompañado por la afirmación de S. Grisolía que respondía a un entrevistador: “la chispa de la vida está en la imaginación”. Se reiteraba en ello añadiendo otro sustantivo nada baldío: “Falta pedagogía de la imaginación”. De esto es lo que, paradójicamente, me parece que escasea la Iglesia tan ocupada en  pedagógicas imaginaciones teológicas.

Cuando la Constitución Gaudium et spes del Vaticano II aborda la necesaria relación entre fe y cultura, denota, a mi juicio, pre-ocupación antes que seguridad señalada de lo que ya le ocupa, porque advierte la falta de eslabones que engarcen.

Aunque, como es posible, probable quizá, que un servidor lo leído y ordenado lo entienda mal (acepto el juicio adverso y me excuso de hacer este escrito muy largo), pasaré de un salto a ejemplificar en tres casos los modos de ensamblaje y uso imaginativo que, en mi poquedad, me convencen.

Uno lo utilizaba D. Salvador Artés, en las charlas de los retiros mensuales a los seminaristas. Como era aprovechado y gran lector de lo “mundano”, de las características y caracteres que en las novelas desarrollaban situaciones de hombre, laberintos y salidas, problemas con o sin solución, nos acercaba a la realidad que todavía no pisábamos y nos introducía en el ámbito personal que teníamos que aprender a dominar.

Hace apenas unos meses que apareció El infinito en un junco, ensayo de Irene Vallejo, cuyo éxito explosivo se basa, creo, no sólo en un espléndido lenguaje, ni sólo en el resultado de su exhaustivo y fructífero trabajo que le llevó, para nuestra fruición agradecida, años de investigación. Todo eso, sí; pero lo que quiero resaltar aquí es la veta imaginativa y original que naturaliza y aúna en un mismo párrafo la acción más antigua de la Historia con la más contemporánea; La Iliada de Homero con Ulises de Joyce; a Platón con Witgenstein, departiendo en la misma mesa, haciéndonos gozar y digerir las historias y pensamientos de los hombres a través, en este caso, de la del libro.

Pero, es que hace unas semanas leí el artículo Maestros de tinta y papel, de Pérez Reverte, orientador para quienes profesan la tarea, en su caso creativa de comunicar pensamientos, trazos de vida, creencias o fe. Como el artículo no tiene desperdicio, me permito aconsejar que se busque y lea. Agradece en él el exitoso autor tener poblada su biblioteca en las que a menudo ha de poner mano y humildad, para servirse de la sabiduría que se contiene en el papel desde miles de años y que no puede atribuírsele a él, que respalda su gran imaginación en ellos y el lector, por lector, lo agradece.

Alguna de estas maneras podríamos no obviar los comunicadores de la fe para transmitirla a, en, con…. –todas las preposiciones que haga falta- tomando también de la cultura mundana todas las preposiciones ajustadamente necesarias para no seguir siempre pre-ocupados, sino ocupados de verdad en (más preposiciones otra vez) la Verdad. Hay que ver cómo la modestia de las preposiciones unen.

Y, ¡ah, si los predicadores leyeran poesía!

 

José María Royo.