Qué piensa y cómo se habla de Dios en la pandemia

Jon Sobrino, jesuïta, sacerdot i doctor en teologia,  és un dels grans impulsors de la teologia de l´alliberament. Professor en la UCA, El Salvador. L´article es publicarà a: Carta a las Iglesias. Número especial sobre l´impacte del covid-19 en El Salvador. Maig, 2020

Qué se piensa y cómo se habla de Dios en la pandemia

 El secretario general de Naciones Unidas dijo hace dos meses. “Esta es de
hecho la más retadora de las crisis que hemos enfrentado desde la
Segunda Guerra Mundial
”. Según estas palabras es la mayor crisis que ha
ocurrido en el planeta Tierra en casi un siglo. Se ha fijado en las
víctimas: “Los más vulnerables (mujeres y niños, personas con
discapacidad, marginados y desplazados) pagan el precio más alto. Los
refugiados y otros desplazados por conflictos violentos son doblemente
vulnerables”
. Y ha exigido dos cosas: “Poner fin a la enfermedad de la
guerra y luchar contra la enfermedad que está devastando nuestro mundo”.


Para que estas palabras nos afecten como es debido recordemos que el
número de víctimas de la Segunda Guerra Mundial se calcula entre  55 y 60
millones. Y para captar hasta dónde puede llegar el horror de una pandemia
-obviamente nadie espera que eso ocurra- recordemos que en 1918-1919 la
pandemia llamada *Gripe Española *causó al menos 50 millones de muertos y cerca de 500 millones de personas infectadas, un tercio de la población mundial. La pandemia es un mal específico. Es un horror. En un primer momento puede generar un pasmo paralizante, pero sobre todo produce indignación y dolor, y exige trabajar por encontrar una  solución hasta que desaparezca del todo. No se debe olvidar. Y no produce ningún bien pasar por alto su horror  al rezar el final del Padrenuestro: líbranos del mal, *libera nos a malo*. En el día en que escribo, 15 de mayo, en el mundo se contabilizan 4.477.351 contagiados, 303.389 muertos, 1.606.796 recuperados.  En El Salvador 1112 contagiados,  23 muertos,  405 recuperados.  En la prensa salvadoreña se lee estos días:
1.5 millones reclaman por no recibir los $300 dólares”. “Miseria acecha al centro de San Salvador”. “Cuarentena lleva a familias a clamar por comida”. “En los últimos cuatro días fueron asesinadas 19 personas”. “Para fin de año se podrían perder hasta $ 1.200 millones”. “En riesgo 20.000 empleos”. Y así muchos más gritos. Y lo más abundante son situaciones psicológicas de inseguridad total, dolor sin consuelo, desconfianza paralizante ,separación dentro de las familias…

Quiero terminar abordando un tema del que hoy pienso que no se habla mucho. Es el tema de Dios, “el asunto Dios”. No es el asunto de la religión, ni de la Iglesia o Iglesias. Ni siquiera el asunto de Jesucristo. Quizás el lector quedará sorprendido. Pero espero que comprenda mi decisión de abordar el asunto “Dios”, ojalá con honradez y lucidez, y ciertamente con el deseo de que haga algún bien. Voy a hacer, pues, algunas reflexiones sobre Dios, y más en concreto sobre cómo se está pensando y se está hablando de Dios hoy. Terminaré con una reflexión personal sobre Dios, también en tiempo de pandemia.

Un asunto de larga historia

A lo largo de la historia, en diversas culturas y religiones se ha pensado en Dios de diversas formas. Pero la existencia del mal, de algo malo o muy malo, muchas veces ha llevado a pensar en Dios de manera específica. Ciertamente a ello han llevado catástrofes como Auschwitz o el terremoto de Lisboa. En ese pensar suele irrumpir lo que se llamó el problema de Dios -más pacíficamente lo llamo el asunto Dios. En cualquier caso Dios sale a relucir, y es comprensible.

El tema es complejo y nada fácil de tratar. Pero es importante caer en la cuenta y ser conscientes de cómo queda Dios y qué queda de Dios en esta larga historia de formas de pensar y de debatir sobre Dios.  A continuación, sin muchas explicaciones, me detendré en constatar diversos modos en que se ha hablado y se  habla de Dios especialmente en tiempos difíciles. El lector notará la gran variedad de modos de hablar y de pensar, que pueden llegar a ser contrarios entre sí. En este apartado no voy a dar un juicio propio sobre estas diversas formas de pensar y de hablar. Simplemente las constato.

Un poco de historia. Dónde está Dios, qué hace, qué no hace. 

El terremoto de Lisboa

 Ocurrió en 1755 y produjo una destrucción masiva. Al recordarlo, estos días alguien ha escrito, y en mi opinión no le falta razón, que el de Lisboa  “sería un terrible terremoto más… si no fuera porque causó más impacto en las mentes que en los cuerpos”. En efecto, ese terremoto originó  que el pensamiento más racional desplazara al dogmatismo cerrado. No ocurrió de forma automática, y los pensadores católicos de la época (casi todos ellos lo eran) seguían las ideas de Leibnitz. Según  este famoso pensador, cumpliendo la voluntad de Dios, el ser humano “vive en el mejor de los mundos posibles”. Si algo va mal en ese mundo, habrá sido voluntad de Dios pero como castigo por el mal que han hecho los seres humanos.  Voltaire, entre otros, se opuso a esa justificación de Dios, a esa teodicea.

 El dilema de Epicuro

Volviendo al terremoto de Lisboa, la implicación más importante fue preguntarse por Dios con libertad, sea cuales fueren los saberes a los que esa libertad  llevase. Llevó a  suscitar una duda sobre Dios. Y más en concreto a dudar de un Dios a la vez poderoso y bueno. Se volvía al dilema que desde antiguo se atribuye a Epicuro. Se preguntaba si existe un Dios que es  bueno, que no quiere que exista el mal, y si ese Dios tiene poder para evitar el mal. Ante lo que ocurría en el mundo la conclusión obligada era la siguiente. “Si Dios es bueno no es todopoderoso. Y si Dios es todopoderoso, no es bueno”. Con esta lógica Epicuro no demostraba la no existencia de Dios, pero radicalmente ponía en cuestión atributos de Dios tenidos como evidentes durante siglos: su omnipotencia y su bondad, su amor a los seres humanos.

A lo largo de la historia, grandes pensadores -como Tomás de Aquino con sus vías para llegar a Dios- han tratado de mostrar la existencia de Dios, aun admitiendo los males de este mundo. Y específicamente se han esforzado  en mostrar que Dios no es responsable de los males de este mundo. Ahora baste mencionarlo.  La razón queda, o puede quedar, sosegada. Pero puede permanecer desasosegada.

Terremotos, terrorismo y barbarie en tiempos cercanos

 Cuando llevaba algunos años en El Salvador, a petición de la editorial Trotta de Madrid en un pequeño libro titulado Terremoto, terrorismo, barbarie y utopía, en 2002 publiqué algunas reflexiones a propósito de catástrofes que tuvieron lugar aquellos días. Después en 2003 el libro fue  reeditado en UCA Editores. En El Salvador el 13 de enero de 2001 hubo un fuerte terremoto. En Nueva York el 11 de septiembre de 2001 tuvo lugar el bombardeo de las torres gemelas. Afganistán pasaba por años de terrorismo. Y por honradez con la esperanza que también veía, añadí una reflexión  sobre la utopía.

La oración de petición y de agradecimiento, y el exceso de credulidad

 En países como El Salvador, tanto en las serias dificultades de la vida cotidiana, como ahora en la catástrofe del coronavirus Dios es mentado con mucha frecuencia por los pobres y también por sacerdotes. Se pide a Dios que ayude, sane, conforte y consuele a los contagiados y a todos los que están en necesidad. También se le pide que mantenga con fuerza, y con vida, a quienes cuidan de ellos. Y que les premie.

Con o sin pandemia, pienso que el asunto de la fe en Dios  no suele abordarse como algo que implica algún problema importante. Y más en concreto, en el mundo de abundancia muchos pueden vivir tranquilamente sin ocuparse de Dios, de si hay Dios o no. Y si no lo toman en cuenta, tampoco se preocupan mucho de mostrar su no existencia. Antes había ateos que se preguntaban por la responsabilidad de Dios en los males de este mundo, y alguno de ellos concluyó: “la justificación de Dios es que no existe”. Ahora ya no se escuchan estas ironías.

Con o sin catástrofes,  la teodicea, que literalmente significa justificación de Dios, hoy no es muy importante. Ni creo que se aluda a ella alguna vez en los templos, en las aulas de los seminarios, en la infinidad de reuniones de la infinidad de movimientos de las iglesias.

Cómo se habla el viernes santo del abandono de Dios en la cruz de Jesús

Lo menciono porque al estar escribiendo sobre este tema ha coincidido la Semana Santa. En lo personal, desde hace años no me atraen liturgias que hablan mucho del poder de Dios y que insisten repetida y unilateralmente en su bondad y misericordia. Estos días hemos podido escuchar que Dios nos acompaña siempre, que siempre podemos poner en Él nuestra esperanza, que Dios nunca defrauda.

Permítanme alguna digresión. En el Antiguo Testamento Dios tiene poder. Lo suele usar a favor del pueblo elegido. Lo usa a veces contra él, si no se comporta bien. Y vence muchas veces a los enemigos de Israel, a muchos de ellos a veces los destroza. En el Antiguo Testamento también aparecen otros modos de proceder de Dios. Los cantos del siervo de Isaías presentan a un Dios cuyo poder no consiste en aplastar, y cuyo siervo trae salvación no al aplastar al adversario sino al dejar aplastarse por él.

El abandono de Dios

 Hace unos días, en la eucaristía que celebraba el papa Francisco en la capilla de Santa Marta resonó  el salmo 22 con la conocida queja “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, tal como lo recoge el evangelio de Marcos. El papa Francisco, a su modo, enfrentó este asunto en su homilía. Y se preguntó qué hace Dios ante tanto sufrimiento.

Desde hace muchos años tengo la impresión de que en la teología, en la liturgia y no sé si en la pastoral, al hablar de la muerte de Jesús se pasa muy rápido por el relato de Marcos -y tras él Mateo- en el que Jesús muere con la queja mencionada del salmo 22 en sus labios. Con mayor facilidad se aborda el relato de Lucas, en el que Jesús muere rezando otro salmo, de confianza, y dice “en tus manos encomiendo mi espíritu”. Y menos problemas ofrece el evangelio de Juan. En él Jesús muere con cierta majestuosidad, dueño de sí mismo, diciendo “todo se ha cumplido”. De hecho, Jesús debió morir sin pronunciar palabras, sino con un grito por la asfixia que causaba estar en cruz. Grito que mencionan todos los sinópticos.

También pienso que se habla con gran facilidad de que el horror de la cruz de Jesús expresa el amor infinito de Dios. El Padre entregó a su Hijo Jesús, no le perdonó. Y así somos salvados. Después lo ensalzó y le hizo Señor por haberse entregado a una muerte de cruz.

Ante el horror de la cruz no me sosiegan estas afirmaciones ni me sosiega apelar a la resurrección de Jesús como una especie de final feliz. Con este desasosiego ante la facilidad con que se evita enfrentarse con el tema de Dios y la cruz ya hace mucho años escribí un breve artículo en la revista Sal Terrae con el título El resucitado es el crucificado. El resucitado es lo transcendente, y el crucificado es lo histórico. Y soy más dado a entender lo transcendente manteniendo muy explícitamente lo histórico que a la inversa.

Estas reflexiones no son de mucha actualidad, y no es fácil, al menos para este servidor, entretenerme en ellas. Pero no puedo evitar hacerme estos cuestionamientos. Pueden extrañar o al menos sorprender. Pueden disgustar. Pero las traigo a colación porque, en definitiva, el desasosiego que pueden producir puede producir a su vez un sosiego diferente, mayor, más sosegado.

El Dios crucificado de Moltmann

 Es el título de un libro de Jurgen Moltmann. Cuando los jesuitas fueron asesinados en la UCA llevaron el cadáver de Juan Ramón Moreno a mi cuarto que estaba vacío  pues yo estaba en Tailandia. En el ajetreo, del estante de mi cuarto cayó el libro de Moltmann El Dios crucificado y quedó impregnado de la sangre de Juan Ramón. Envié a Moltmann una foto de su libro ensangrentado. Algunos años después vino a visitarnos. En la Sala de los Mártires se quedó mirando a su libro ensangrentado, y terminó su visita en el Jardín de rosas, donde permaneció largo tiempo.

El gran aporte de Moltmann es afirmar que a Dios le afecta el sufrimiento. Lo ha mostrado con audacia y -en mi opinión- con suficiente lucidez. Omnipotente o no, a Dios le afecta la cruz. Y el enigma de la cruz de Jesús no se esclarece, no se convierte en misterio, apelando a la resurrección.

Con anterioridad, Moltmann ya se había hecho famoso por otro libro titulado Teología de la esperanza. Sin embargo, bajo el impacto de un Dios crucificado introdujo la cruz en su teología de la esperanza. “No toda vida es ocasión de esperanza, pero sí lo es la vida de aquel que por amor cargó con una cruz”. En lo personal, es muy iluminadora esta forma de expresar la esperanza que proviene de Jesús.

El Dios crucificado de Dietrich Bonhoeffer

 Para el lector de Carta a las Iglesias creo que Bonhoeffer no es muy conocido. Fue un pastor de la Iglesia luterana y un gran teólogo. Fue uno de los que empezó a hablar de la secularización, y se hizo famosa su sentencia de que hay que vivir etsi Deus non daretur, aunque no hubiera Dios. Y fue un mártir que ahora está en la fachada de la catedral de Westminster junto a Monseñor Romero. El 9 de abril se cumplieron 75 años de su muerte en una cárcel de Berlín. Participó en un complot para eliminar a Hitler. El complot fracasó. Bonhoeffer fue arrestado, y por explícita petición de Hitler fue ahorcado. En prisión el 18 de julio de 1944 escribió estos versos que transcribo:

Los hombres en su dolor llegan a Dios,
imploran ayuda, piden felicidad y pan,
que salve de la enfermedad, de culpa y muerte a los suyos.

Eso lo hacen todos, todos, todos, cristianos y paganos.

 

Los hombres se acercan a Dios en el dolor de Dios,
y lo hallan pobre, insultado, sin abrigo, sin pan,
lo ven vencido y muerto por nuestro pecado, ¡oh, Señor!

Los cristianos permanecen con Dios en la pasión.

Cuando hace muchos años leí estos versos en clase se hizo un silencio como no recuerdo otro. Ni siquiera cuando mencionaba que Dios resucitó a su Hijo.

Para hablar cristianamente de la relación entre víctimas y Dios, me parece importante relacionar ambas realidades con una perichoresis, en español coinherencia. Viene a significar que hay que poner a Dios en las víctimas, divinización de las víctimas. Y hay que poner a las víctimas en Dios, victimización de Dios.

La novedad de los mártires de la pandemia

Esa novedad es clara sobre todo en el pueblo crucificado que genera la pandemia. Esta no es producida por voluntad humana, sino por la naturaleza -como los terremotos. Los fallecidos pueden sobrepasar en número al de otras catástrofes productos de voluntad humana.

Y la novedad es también clara en los mártires jesuánicos.  Estos y estas son las personas que por cuidar a los contaminados por el coronavirus sufren molestias, agotamiento, problemas, enfermedad y muerte. Suelen ser familiares, enfermeras, enfermeros, médicos, religiosas, sacerdotes.

Sólo un dato. En Italia el 15 de marzo la noticia del coronavirus empezó a abrumar al clero. Muchos sacerdotes comenzaron a ayudar a los contagiados de diversas formas. En dos o tres semanas fallecieron unos 60 sacerdotes. En lo personal me recuerdan a san Luis Gonzaga. Hace muchos años nos lo ponían como ejemplo de joven jesuita por su virtud, insistiendo en la castidad y la modestia. Años después me enteré de que murió en Roma el 21 de junio de 1591 a los 23 años por cuidar a los apestados de tifo negro.

 El legado de los mártires de la pandemia. Amor y sufrimiento

Pienso que el legado de estos mártires es el mismo que el legado de todos los seres humanos a quienes se les ha arrebatado la vida. Unos, los mártires jesuánicos, han sido matados  por cuidar de los necesitados, por defender a oprimidos, reprimidos. Todos estos mártires proclaman la obviedad que dijo Jesús: “nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los hermanos” (Jn 15,13). El martirio dice relación primaria al amor, y a sus derivados fundamentales. Hoy, a la justicia y a la dignidad. Y dice relación primaria al sacrificio de los mártires. Unifica de la mejor forma amar y dar la propia vida. Y de otro modo, eso ocurre también con los pueblos crucificados. He escrito que en ellos y ellas ha habido una santidad primordial.

Cómo pasa Dios por este mundo

Pasa con lo exótico

Estos días de coronavirus en el ambiente religioso abunda y superabunda hablar y escribir de cosas exóticas, de lo que no ocurre cotidianamente: recuerdos de apariciones celestes, de hombres, mujeres, niños y niñas sobre todo, a quienes se les ha concedido ver y hacer prodigios imposibles al resto de los mortales. Y no falta quien en estos días ha visto una luz entre nubes convertida en una cruz.

Aquí en El Salvador, el 13 de mayo, día de la virgen de Fátima, una imagen suya recorrió el territorio nacional en helicóptero. El recorrido se prolongó por más de seis horas. Lo organizaron las Heraldos del Evangelio. “Nos pareció interesante y especial festejar, para que la Virgen bendijera a las personas afectadas y no afectadas de todo el país”. El sacerdote responsable manifestó su deseo de que los salvadoreños recibieran sus bendiciones del cielo y la cura milagrosa para esta enfermedad. Parecen soñar y desear que Dios pase por este mundo de pandemia, como no lo hizo cuando pasó por este mundo con Jesús de Nazaret.

“Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”

Pero el paso de Dios no siempre se ha visto de esta manera exótica, sino de otra muy distinta. “Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”, dijo Ellacuría. Y explicó muy bien lo que quería decir. “Monseñor fue un enviado, no mero producto de nuestras manos. Se convirtió -no para todos por igual- en el gran regalo de Dios, y en un regalo muy especial”. Y prosiguió.

“Los sabios y prudentes de este mundo, eclesiásticos, civiles y militares, los ricos y poderosos de este mundo decían que hacía política. Pero el pueblo de Dios, los que tienen hambre y sed de justicia, los limpios de corazón, los pobres con espíritu, sabían que todo eso era falso. Nunca habían sentido a Dios tan cerca, al espíritu tan aparente, al cristianismo tan verdadero, tan lleno de gracia y de verdad”.

Permítanme una última digresión. Recientemente, publiqué un libro en que hablé de mi oscuridad ante Dios, en Estados Unidos y Alemania, larga, de unos diez años, sin encontrar sosiego. Pero, de regreso en El Salvador irrumpieron los pobres e irrumpieron los mártires, los mártires jesuánicos y el pueblo crucificado. Y Dios se asomó. En esos pobres y mártires Dios no se mostró con contundencia, como la luz de un rayo ni como la dureza de una roca. Pero, con permiso de san Juan de la Cruz -y sin su altura poética- ha quedado en mí  “un no sé qué que queda asomando”.

Que sintamos a Dios tan cerca, al espíritu tan real y al cristianismo tan verdadero, ese es el legado de los mártires. Es el legado de los que vivieron y murieron como Jesús. Y es el legado del pueblo crucificado.

Con ellos, con o sin pandemia, Dios pasa por El Salvador.

Jon Sobrino. 16 de mayo de 2020